jueves, 8 de diciembre de 2011

Años atrás.

Estoy solo, oscuro, estoy en mi cama, tengo frío. Me abrazo a ella, me siento bien.
Ella siempre está conmigo en este sitio tan asqueroso. ¿Qué haría sin ella? No lo sé.
Me levantan, dan el desayuno, allí está ella. Quieren llevarme con otras personas, a que hable, a que mejore, dicen los de las batas blancas. No quiero, chillo, pataleo.
Estoy tranquilo, ella, oscuro, mi cama. Ella. Me preguntan si estoy mejor, que si voy a salir. Me vuelven a dar esas cosas ovaladas, lo que se supone que me hace bien, lo que me nubla el cerebro, lo que hace que ella desaparezca. ¿Qué me sienta mejor? ¿Mejor sin ella? Qué patéticos. Me llevan con los demás... esa gente, de mentes atrofiadas. Esclavas de “lo que les hace sentir mejor”. Qué pena. Quiero volver a verla a ella, que me lleven a mi cuarto, que me reconforte.
Me han dicho miles de veces que si ella se va podré salir de este sitio, del blanco que te atrapa los pensamientos, recuperar mi vida, mis amigos, mi trabajo... ¡Todo me lo quitó ella! O eso dicen los de blanco. No puedo separarme de ella, es parte de mi. ¿Dónde estaban los demás cuando lo necesité? Ella si estuvo, ella sí, por eso la quiero. Pero quiero volver a ser libre... creo que lo voy a hacer, voy a ser libre. ¡Tiene que dejarme vivir! Sí, morir y vivir libre... y ella me dejará, dejará libre mi mente, ¡libre!

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